Homilia en la celebració de la Paraula especial pel Cònclave
Se podrían escribir y se han escrito cantidad de libros que tratan sobre este misterio que es la Iglesia. Pero sabemos bien que la iglesia tiene un corazón, un corazón que palpita y el corazón tiene dos movimientos (si me equivoco, hay médicos aquí que me corrijan). Uno es cuando el corazón se contrae y atrae toda la sangre hacia sí, hacia él. Y hay otro movimiento, cuando el corazón se expande y envía la sangre por todo el cuerpo. Pues bien, este corazón nos dice, que fundamentalmente la Iglesia es Comunión y Misión, Unidad y Catolicidad. La Unidad está en relación con la Comunión y la Catolicidad, con la Misión, con la Evangelización, con llevar el Evangelio, la Buena Noticia y el amor de Dios a todos los pueblos.
Y este corazón de la Iglesia está simbolizado por estos dos grandes apóstoles, Pedro y Pablo. Pedro, que es un sacramento, es un signo, es una imagen de lo que es la Comunión, la Unidad dentro de la Iglesia. Y Pablo, que es este corazón misionero que se expande, que desea que el evangelio llegue a todos los pueblos. El Señor quiere que este corazón palpite dentro de cada uno de nosotros.
En todo cristiano están presentes estas dos realidades, un amor, amor profundo a la Unidad de la Iglesia y a la Comunión de la Iglesia, y un amor profundo, un deseo profundo de Evangelización, de que el mundo conozca realmente este amor de Dios, conozca la Vida Eterna, conozca la salvación. No hay cristiano si no tiene este amor profundo a la Comunión, si no se está dispuesto a dar la vida por esa Comunión, y dispuesto a dar la vida por la Misión.
Amor a la iglesia, y no como un concepto abstracto, como una “cosa”, como una idea, sino a la Iglesia en concreto, la Iglesia que es tu comunidad, que es tu parroquia, que son tus hermanos.… Amar a la Iglesia es desear profundamente que tú, dentro de tu comunidad, en tu comunidad, seas signo visible de unidad y de comunión. Amar profundamente que tu comunidad sea una comunidad misionera, que pueda llegar a quienes nos rodean, que pueda anunciar el evangelio, que pueda ayudar a conocer a Jesucristo a cuantos más, mejor. Esto es fundamental y siempre ha caracterizado a todos los santos y a todos los cristianos y fieles de todos los tiempos.
Este amor a la Iglesia como Comunión se plasma en el amor a Pedro, al Papa. El Señor ha querido establecer a Pedro como este signo y fundamento de la Unidad en la Iglesia. Obedecer a Pedro y estar en comunión con Pedro es esencial, porque es estar en comunión con toda la Iglesia. Todos los grandes santos, independientemente de cómo haya sido el Papa, han amado y han obedecido a Pedro, aunque a veces parezca que Pedro no sigue los caminos del Señor. Ya sabemos bien cómo en un momento determinado el Papa dijo que se acabaron los jesuitas, … y adiós! San Ignacio dijo que se disolvía la Compañía de Jesús y así fue. Después vino otro Papa que los restituyó, pero ya se había hecho el ejercicio de la obediencia.
Yo, desde el inicio, desde los primeros tiempos itinerantes, conocí esta comunión. Kiko siempre había mostrado el amor y la obediencia a Pedro. Y siempre ha dicho que si Pedro, llegado un momento, dice que se disuelvan las comunidades, nos iremos sin más a la parroquia. ¿Por qué esta obediencia es fundamental? Porque no somos una secta que se aparta de la Iglesia, por mucho que creamos tener razón… ¿De dónde han venido los cismas, las divisiones y todas las divisiones en la Iglesia? De creer que tú tienes la razón, de que según tú, el obispo o el Papa o el párroco, o quien sea, se equivoca radicalmente. Y, como se equivoca radicalmente, porque tú tienes la razón, porque tú eres más cristiano y sabio que ellos, pues vas a seguir adelante y te vas alejando de la unión. Y eso puede pasar también en la comunidad.
Puede pasar que algunos hermanos en la comunidad digan: “No! Estos catequistas no entienden nada, no nos comprenden, no saben de la misa la mitad, lo hacemos nosotros, hacemos nuestro camino …” No es teoría. Ha pasado en algunas comunidades. Yo lo viví en primera persona en Australia. En la primera catequización en Sídney nació una comunidad preciosa, en un barrio residencial con matrimonios, y en otra parroquia de un barrio pobre nació un grupito de jóvenes, muy pequeño. Cuando volvimos al cabo de un año, aquella comunidad tan grande y hermosa no había querido seguir y siguieron ellos su camino. Ahora no queda nada de esa realidad. En cambio, aquel grupo de jóvenes que se había mantenido fiel, que había seguido el trípode, hoy se ha convertido en la primera comunidad de Sídney. Y también le ocurrió a Kiko en Argüelles. Es así. Es un misterio profundísimo.
Por eso es tan importante la figura de Pedro como comunión. Este ministerio de Pedro que no depende de cómo es la persona en sí mismo. Esto es importante, lo hemos visto en el evangelio que hemos proclamado. “Pedro sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” nosotros también somos piedras, en forma de edificio. Pero este Pedro es humano y tiene sus momentos y tiene sus dudas, sus defectos, cómo las tienen los cardenales que lo eligen.
Dios sabe los caminos. Y los cardenales a veces se equivocan eligiendo, pero Dios no se equivoca. Dios escribe recto con líneas torcidas. Así ocurrió con Juan XXIII. Los cardenales no sabían por dónde tirar y dijeron “mira, elegimos uno Papa que dure poco y que no cambie nada, a ver si nos aclaramos entretanto” y ya vimos lo que hizo Juan XXIII, convocó el Concilio que ha sido un cambio tan profundo en la Iglesia y tanto bien para nosotros.
Dios no se equivoca, como Dios no se equivoca al elegirte a ti, no sabes los motivos por los cuales estás aquí o los motivos por los que sigues aquí; pero, Dios sí que lo sabe y el Papa, puede ser más de tu gusto o menos de tu gusto. El papa puede tener un acento concreto o lo que el Señor quiera en un momento determinado, pero necesitamos los ojos de la fe. Démonos cuenta de que somos muy afortunados, porque hemos tenido una serie de Papas Santos, como no los había habido en toda la historia de la Iglesia. Un regalo maravilloso, necesario en estos momentos.
Una visión desde la fe sería algo que nos han dicho, que los tres Papas últimos son un signo de las tres virtudes fundamentales. El Papa Juan Pablo II, en un momento en que la Iglesia la necesitaba, fue la esperanza; el Papa Benedicto, fue el Papa de la fe, insistió mucho en la fidelidad, estupendo; y el papa Francisco ha sido el Papa de la caridad, del amor a los alejados, a los pobres.
El Señor nos invita a rezar, a rezar realmente por el Papa, porque si el Señor lo elige como eligió a Kiko y como te elige a ti, lo hace en función del pueblo de Dios, en función de su Iglesia. Y el Papa tendrá que pasar sus trabajos, tendrá que sacrificar sus propios planes. La primera lectura que hemos proclamado, no sé si lo habéis notado, pero era un trocito del sacrificio de Isaac. Y hemos cantado un Canto del Siervo de Yahvé al final. El Papa, como cada uno de nosotros, está llamado a ser Siervo y a sacrificar a su Isaac.
Por eso la Iglesia nos ha invitado, a través de los catequistas del Camino, a que escrutemos un poco la figura de Pedro, a que nos abramos profundamente a la figura de Pedro, del Papa. Independientemente de si nos cae mejor o nos cae peor, o si acentúa más una cosa o se acentúa más la otra, que tengamos realmente una visión del ministerio de Pedro. Y que no dejemos de rezar por él.
Ya lo hacemos siempre, oficialmente. Pero no solamente oficialmente, sino darnos cuenta de lo importante que es para la Comunión de la Iglesia. El Señor está llevando al Papa a un camino de conversión y de humildad cada vez más profundo para que pueda llevar a la unión de todas las iglesias. Yo lo estoy deseando, espero que vosotros también. Eso es tener un corazón ecuménico, un deseo profundo de que se llegue a la unidad de todos los cristianos.
Y espero que os ayude esta celebración, que seáis una palabra para el mundo, porque todos hablan y querrían que el nuevo Papa sea de una línea más de izquierdas, que sea de una línea más de derechas… pero, nosotros… ¿Qué pedimos a Dios para el nuevo Papa? Lo veíamos en el Evangelio del domingo pasado. Ante todo que ame a Jesucristo: ”¿Me amas, Pedro? ¿Me amas más que estos? ¿Me amas?, que se deje guiar por el Espíritu Santo, y que dé la vida por su iglesia, por el Señor Jesucristo. Es lo que hay que pedir al Papa.
Por nuestra parte, que el Señor ilumine hasta qué punto necesitamos la obediencia a nuestros catequistas, la obediencia al Obispo, la obediencia al Papa, por obediencia a Jesucristo.
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